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Muchas veces nos preguntamos cómo conseguir que nuestros niños se aficionen a la lectura. Y estamos hartos de escuchar que los ejemplos de los padres en casa son fundamentales. ¡Y no vamos a ser nosotros quienes lo neguemos!

Una vez escuché en una tertulia radiofónica sobre educación: «a los hijos hay que empezar a educarles veinte años antes de que nazcan». Del mismo modo, el gusto por la lectura conviene desarrollarlo antes de que el niño comience a aprender las primeras letras.

¿Y cómo es esto? Reflexionemos un momento sobre nosotros mismos. ¿Qué es lo que nos empuja a acercarnos a un libro? Las ganas de conocer otras personas, otras vidas, otras historias, otros mundos… Por eso es fundamental la figura del narrador que despierta su interés o curiosidad, ya sea con el apoyo de un libro lleno de ilustraciones o, incluso sin él. Lo importante es descubrir al niño una realidad que va más allá de sus necesidades básicas, de lo más inmediato… De este modo se va también desarrollando la personalidad de cada uno: pues, según la naturaleza del niño, reparará más en cómo funcionan las cosas, o en la naturaleza, o las personas, o las consecuencias de unas acciones sobre otras… Por eso, también será importante elegir con cuidado qué lectura le ofrecemos a nuestros niños.

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Cuando los niños son muy pequeños, normalmente estaremos ante un libro que ofrezca poca lectura. Así que mucha de la magia de un libro depende del narrador. A veces nos podemos apoyar en las pocas palabras del texto, otras veces de las imágenes, pero mucho mucho lo pone el narrador, que explica, pone sonidos, incluso inventa canciones y crea historias que no están contenidas en el libro. Lo está enriqueciendo. Y el niño se siente fascinado ante esas historias que, sean más realistas o más fantásticas, para él son mágicas.

Así, poco a poco, el niño va aprendiendo que los libros abren mundos maravillosos. ¡Y no sólo eso!: descubren que ellos también pueden ser los autores de esos mundos.

Tengo todavía fresca en mi retina la imagen de tres hermanos de seis, tres y dos años, mirando a la vez un sencillo libro de trenes de páginas de cartón. El texto es muy escueto, pero las ilustraciones son maravillosas con larguísimos trenes de ayer y de hoy en una variedad de escenarios sensacionales (en la costa, entre montañas, en la ciudad…), con detalles que excitan la imaginación. El libro está un poco viejo, porque era del padre de los niños, pero no importa, los niños lo adoran, quizás también porque adoran a su padre.

El libro lo tienen requete-sabido, aun así (y también quizás por ello) les encanta. Para la mayor, que ya lee de corrido, la lectura resulta muy básica, pero no abandona a sus hermanos. A estos niños les han contado muchos cuentos, y entonces surge la magia, se convierten ellos en narradores. Para cada tren una historia diferente. Las dos mayores, cada una con su nivel de vocabulario, van tejiendo la historia. El pequeño escucha entusiasmado mirando la ilustración. Terminan el cuento. Les interrumpen. Pasan la página. Venga, comenta alguien, otro cuento con el siguiente tren. Y entonces se oye la voz fina del chiquitín, que hasta entonces había permanecido callado: «Había una vez un tren…»

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Dibujo de un tren echando humo

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