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Escribíamos en una entrada anterior que, además de aprender a leer rápido, podía ser útil aprender a leer despacio. Está claro que no es el mismo tipo de utilidad, la primera nos puede servir para las cosas prácticas de la vida, muchas relacionadas con la vida profesional, que nos demanda eficacia. La lectura lenta, sin embargo, nos resulta útil para poder disfrutar de la literatura en general y la poesía en particular.

Como seguramente hayáis adivinado no hemos descubierto la pólvora por poner de relieve las ventajas de la lectura pausada. Por lo menos desde el Renacimiento (pero probablemente desde antes), se recomendaba la re-lectura de las obras de Shakespeare, e incluso el mismísimo Friedrich Nietzsche se consideraba a sí mismo un “maestro en la lectura lenta”.

Recientemente, diversos autores  como Lancelot Fletcher (quien comenzó a utilizar el término “lectura lenta” y a defender su práctica allá por 1994), John Miedena o Nicholas Carr han reflexionado sobre, no ya de sus beneficios, sino de su necesidad: tanto para sacar más partido a la lectura, relacionándola con nuestras experiencias y conocimientos acumulados, como para poder descubrir realmente al autor de un escrito, para entenderlo. Carr (muy preocupado por los actuales hábitos de lectura, ha estudiado y explicado en su libro Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?) va más allá. Él dice: «La mera existencia del lector atento y crítico proporciona el estímulo para el trabajo del escritor. Le da al autor la confianza para explorar nuevas formas de expresión, para abrir caminos de pensamiento difíciles y exigentes, para aventurarse en caminos inexplorados y, a veces, territorios peligrosos».

Los clubs de lectura lenta

Pero no sólo escritores y profesores ponen de relieve el valor de la lectura lenta. Muchos lectores también participan de esta llamada, sobre todo en una vida llena de prisas y requerimientos. Y así han surgido en muchas ciudades del mundo los conocidos “clubs de lectura lenta” o “clubs de lectura silenciosos”.

club-de-lectura-lenta

La particularidad de estos clubs es que no se convocan las reuniones con el fin de comentar un libro (aunque tampoco están prohibidos los comentarios). Pertenecer a ellos no implica añadirse la presión de tener leídas X páginas para tal fecha. La fundadora del primer Silent Book Club (San Francisco, 2012), Guinevere de la Mare, comentaba acerca de los clubs de lectura tradicionales: “Lamentaba que siempre era como una lucha el intentar terminar el libro asignado a tiempo,  y luego estaba la presión adicional de sentir que tenía que tener algo perspicaz que decir para agregar a la discusión”. En los nuevos clubs de lectura no es así. Su dinámica es completamente diferente. Los participantes se reúnen en una cafetería y, tras los primeros saludos, apagan todos sus dispositivos electrónicos y cada cual se dispone a leer con calma el libro que ha traído durante unos cuarenta y cinco minutos.

Los que han comenzado a practicar la lectura lenta no cesan de alabar sus beneficios. La lectura lenta no sólo permitirá descubrir, reflexionar y analizar todo lo que un texto nos ofrece, sino que seguramente nos otorgue una mejor habilidad para escuchar (para escuchar de verdad, con toda nuestra atención) y para relacionarnos de verdad. Y ese separarnos del mundo, acallar las alarmas y avisos de WhatsApp, mails, twitter, etc. nos trae la ventaja adicional de un gran descenso en los niveles de estrés.

Algunas pautas para practicar la lectura lenta

Por si queréis animaros a practicar la lectura lenta, aquí tenéis algunas pautas sugeridas por el primer club de lectura lenta de Nueva Zelanda (vía Relatos en Construcción):

  • Haz tiempo en tu vida para leer. No lo veas como una obligación, sino como un placer.
  • Evita el descontrol de elegir: ¿tienes miles de libros en tu ebook o en tus estanterías sin leer? Eso puede llevarte al bloqueo. Selecciona una estantería y elige un libro de ahí, sin preocuparte de los demás. Reduce las opciones y te será más fácil ponerte en marcha.
  • Para empezar, emprende retos pequeños. No es necesario que te propongas leer todos los premios Nobel. No hay nada malo en escoger un libro más ligero o una “lectura culpable” para empezar. Elige algo que te mantenga entretenido al menos media hora.
  • Relee tus libros favoritos. Tampoco es necesario abarcar todos los libros publicados y por publicar. No hay problema en retomar una lectura que te entusiasmó. Tal vez encuentres aspectos nuevos que te entusiasmen o quizás ahora has madurado como lector y ya no te llena tanto, pero aun así te reconecta con tu joven lector.
  • Lee de forma activa. ¿Alguna vez has terminado una página y te das cuenta de que no sabes qué has leído? Evítalo. Intenta leer “en voz alta” en tu cabeza. No hay problema en que vuelvas atrás y releeas lo que necesitas. Y, si estás cansado, para. Ya retomarás la lectura en otro momento.
  • Reduce de forma consciente la velocidad de lectura. Si lees mucho online, es normal que estés acostumbrado a leer “en F” o a escanear el texto buscando lo más importante. Evítalo prestando atención a cada palabra.
  • Ama las palabras. Haz listas de las palabras que te gustan y de las que no; apunta las frases que más te han entusiasmado.
  • Desconecta. Asegúrate de apagar todos los dispositivos electrónicos y disfruta al máximo del tiempo de lectura.
  • Despeja tu mente. Antes de comenzar a leer, tómate un tiempo para inhalar y exhalar con calma cinco veces y concéntrate solo en respirar. ¿Ya está? ¡Pues empieza a leer!
  • Únete a algún colectivo lector. Disfruta de la lectura en compañía de otros.

¿Te animas?

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